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La historia jamás contada de un famosísimo escultor de chatarra que salía por la calle como Eternauta

Corrían los años ´80 cuando alguna que otra vez un personaje ataviado como mecánico caminaba desde Retiro al obelisco con una máscara como las que se usan para aplicar solventes aún puesta.

Si hubiera sido la Buenos Aires 2025, la gente lo hubiese confundido con El Eternauta de Ricardo Darín escapado de la pantalla chica.

Y así, enmascarado, entraba en una librería artística de Sarmiento y Libertad a comprar pinturas.

Lo atendía en mostrador un joven artista oriundo de Santiago del Estero, José Arce Galván, que había aterrizado en Buenos Aires, en los pagos de Quinquela Martín en La Boca y a los 58 años se consolidó como emprendedor artístico.

En los ´80 era vendedor y hoy, transcurridos 40 años, admite haber tratado a aquel extravagante personaje con un hilarante respeto.

A los 21 años, conoció en el local a artistas plásticos de renombre desde que ingresó en 1988: Carlos Alonso, Héctor Borla, Vito Campanella, Carlos Cañas, Santiago Cogorno, Mac Entyre, Libero Badii, Felipe Noé, Rogelio Polesello y el inefable Regazzoni, que en aquel momento tenía 44 años.

“Se olvidó de sacarse la máscara, maestro”, le avisaba, como si el otro no supiera.

-¡Qué querés si estoy laburando a full!, respondía risueño “El Tano”. Con la cara así cubierta se parecía al personaje de la historieta Eternauta -cuenta.

-¿La habías leído?
-No porque dejó de salir antes que yo naciera, pero conocí toda la trama por un libro que me había autografiado el dibujante que la ilustró, Francisco Solano López.

ARTISTA ALTERNATIVO

Por entonces, Regazzoni estaba haciendo sus primeras armas en el arte, que empezó a los 40. “Nunca lo oí alardear nombrando galerías de moda; ni directores de museos, ni críticos, ni se decía amigo de curadores”, rememora su antiguo proveedor de insumos de plástica.

“Se llenaba siempre la boca con su gran orgullo: el taller que había montado en los galpones ferroviarios de Retiro, que cuando regresó de Francia, en 2006, se dedicó a reconvertirlo en castillo”, agrega ya sintonizado con el pasado.

José trabajó a la vuelta del Obelisco, entre los teatros Colón y Cwervantes, hasta 1994, cuando migró a un loft de las artes a una cuadra de la Municipalidad de Vicente López, que después se avino en centro de arte.

Estuvo como encargado hasta que se lo compró a sus anteriores empleadores en el 2000. Es también artista plástico, profesor de dibujo y pintura, y además de la actividad comercial, desde los inicios se dedica a dar clases.

Cuando se enteró de que su exótico cliente, ese enmascarado desalineado que solía atender en la artística del centro, había vuelto de Francia en 2006, superfamoso en el Viejo Continente, sobre todo por el filme galo de 1991 “El Hábitat del Gato Viejo”, se propuso ir a saludarlo al castillo ferroviario de Retiro, frente al Barrio Popular 31, enclave de su propio imperio y universo artístico.

Funcionaba ahí un restaurante, llamado El Gato Viejo, donde además de cocinar atendía al público.

DE QUIÉN ERA A QUIÉN FUE

Quien se erigió en uno de los referentes culturales de Olivos se sentía testigo de aquel sistema de arte alternativo creado por Regazzoni, del que era seguidor a través de todas las charlas que compartían, mostrador de por medio,

“El Tano deslumbraba por su estilo. Las pinturas eran fuertes, de colores contrastantes y primarios, con mucho negro, con líneas agresivas, contundentes”, describe.

Regazzoni, aquel de la máscara, hasta que murió a los 76 años en el hospital Italiano, produjo más de 5 mil obras que cotizan hoy internacionalmente, la mayoría hechas con chatarra reciclada.

Toneladas de metal que, como una especie de collage a gran escala, tomaban formas de animales, personajes de la literatura, insectos y héroes se esparcen en el país y el exterior con un sello inconfundible.

Este artista visual singular, rebelde, desfachatado, genial, bestial, casi salvaje. nacido en Comodoro Rivadavia en 1943, es el mismo que cruzaba el centro norte de la Ciudad de Buenos Aires con la máscara puesta, como El Eternauta.

Desparramó dinosaurios, aviones, hormigas y Quijotes metálicos por ciudades como Pico Truncado, Bariloche, Azul, Neuquén, Ushuaia, Esquel, Balcarce.

Un día José le escuchó decir que se proponía cosas que son muy difíciles de llevar a cabo y después, al realizarlas, se daba cuenta de que en realidad eran fáciles.

“Es una cuestión de tiempo, nada más”, siempre fue su lema.