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Gerardo Werthein reinstala el fantasma del kirchnerismo en la Cancillería

Hay lugares en esta ciudad que parecen sacados de un guion de espías, donde el tiempo se detiene entre telas finas y secretos que pesan más que el aire. Imaginen una sastrería discreta en el corazón porteño, con vitrinas que lucen trajes impecables como si nada pasara detrás. Tras cortinas de terciopelo, salones diminutos exhalan el aroma a mobiliario inglés victoriano: caoba pulida por siglos de manos invisibles, tapizados de cuero que crujen como confidencias a media voz, detalles en latón que evocan las sombras de una Inglaterra eduardiana. Me transportó de inmediato a las primeras escenas de The King’s Man, esa sastrería de Savile Row en la Londres de 1902 que disfraza conspiraciones globales.

Hace unas semanas, en ese refugio improbable, me citaron para una charla que empezó como un café y terminó como una autopsia al alma de la diplomacia argentina. Allí estaban ellos: un puñado de diplomáticos de alto rango, rostros surcados por décadas en embajadas lejanas y cumbres donde se decide el destino de naciones. Miradas que bailan entre la astucia de un ajedrecista y el agotamiento de quien ha visto demasiados tratados firmados con tinta invisible. Omito detalles que los delaten -ni acentos que delaten orígenes, ni insignias de foros internacionales-, porque en Cancillería la persecución es un vendaval real: sumarios que caen como rayos, reasignaciones que exilian a Buenos Aires, todo por un susurro que se filtre.

El aire estaba espeso de paranoia -un tuit presidencial basta para desmantelar una carrera- y de un fanatismo velado hacia un gobierno que jura dinamitar el Estado, pero que, en los pliegues, pacta con sus fantasmas más tenaces. Uno de ellos, con la voz ronca de quien ha negociado en salas sin ventanas, rompió el hielo con una anécdota que condensa el espíritu del Servicio Exterior. “Le pregunté una vez a un colega británico cómo podía servir a laboristas y, al siguiente turno, a conservadores que los tildaban de traidores. Me clavó la mirada y soltó: ‘De a uno a la vez, Ricardo. Uno por vez'”. Risas ahogadas, pero con el filo de la amargura. Así viven estas personas: adaptándose como camaleones, sobreviviendo como gatos en tejados resbaladizos, callando como tumbas. Sin embargo, arde en ellos un fervor patriótico que los impulsa a entregar lo mejor de si por la Argentina, desafiando con nobleza los riesgos que acechan sus carreras, como faros de honor en medio de la tormenta. Prohibidos de cualquier negocio por fuera -incluso para dictar una clase hay que pedir permiso escrito-, su palabra en público es un campo minado: representan a la Argentina, no a sus demonios internos. Pero en off, en ese salón que olía a tramas centenarias, las máscaras cayeron.

Hablamos de la Cancillería actual, de cómo Gerardo Werthein -nombrado canciller el 4 de noviembre de 2024, tras la salida abrupta de Diana Mondino el 30 de octubre del mismo año, hechos inscriptos en el Boletín Oficial como un divorcio mal disimulado- ha hilvanado con maestría una red que reinstala el poder diplomático de la vieja guardia kirchnerista. No es azar, me juraron; es un plan meticuloso, avalado por voces que pisan el Palacio San Martín a diario. Werthein no desembarcó con la motosierra de Milei en mano, sino con un tijeretazo quirúrgico que deja intactos -y hasta vigorosos- los nudos ideológicos que el presidente juró extirpar. Un destello de resistencia lo dio Federico Pinedo, el sherpa argentino en el G20, quien en los primeros meses de 2025 salvó a un puñado de diplomáticos liberales y republicanos de la purga inicial. Sin embargo, como todo bote salvavidas, su capacidad fue limitada, y la marea de lealtades enquistadas se llevó al resto. Según legajos y decretos del Boletín Oficial analizados, los movimientos posteriores favorecen perfiles peronistas o neutrales más que libertarios, sugiriendo un patrón claro.

Lo que me contaron esa noche, combinado con semanas de investigación -cruzando decretos, declaraciones juradas y documentos filtrados en sobres sellados-, revela un mapa de influencias profundas. Embajadores moldeados en la era Cristina Fernández de Kirchner, secretarios con raíces militantes kirchneristas y ascensos que, según fuentes reservadas, de 37 casos revisados alcanzan hasta un 80% (30) a peronistas K y el 20% restante (7) a neutrales sin afinidad partidaria alguna. En el centro de esta trama aparecen intereses económicos ineludibles. Los vínculos empresariales de Werthein, su pasado y su patrimonio -detallados en su declaración jurada de 2023, publicada por la Oficina Anticorrupción- configuran un tablero donde la diplomacia y los negocios se cruzan. Con bienes por 85.553 millones de pesos, incluyendo inversiones en el exterior por US$11,8 millones, su perfil explica, según observadores en el Palacio San Martin, por qué ciertos temas tomaron relevancia política.

EL ARQUITECTO DE ALIANZAS: WERTHEIN, DE OLIVOS A LA CASA ROSADA

Gerardo Werthein no es un novato en el tablero argentino, ese ajedrez donde las piezas saltan casillas con la gracia de un tango mal bailado. Veterinario de formación, heredero de un linaje que León Werthein -un inmigrante judío que huyó de los pogromos rusos en 1904- levantó desde la pampa bonaerense hasta los rascacielos de Wall Street, ha surcado gobiernos como un capitán que conoce cada corriente. En los ’90, el menemismo le regaló la Caja de Ahorro y Seguros en bandeja. Con Néstor Kirchner, se volvió cómplice recurrente: elogios en medios afines, cenas en Olivos donde los Clinton eran invitados de honor, apariciones públicas que olían a coincidencias de interés. No era filantropía: el Grupo Werthein, del que se desligó formalmente en 2019 pero cuyos hilos persisten como raíces en tierra fértil, cosechó contratos y concesiones que hincharon su imperio. Más allá de la rosca, Werthein es un tejedor económico con brazos en salud y farmacéutica, via Experta Seguros y participaciones en laboratorios que facturan con la doctrina del “cut-copy” -copiar patentes ajenas sin pagar el peaje-. Ese mundo colisionó de frente con las reformas que Mondino empujaba, y ahí, en el choque, se gestó el quiebre.

MONDINO Y EL CHOQUE POR LA OCDE

Diana Mondino, removida el 30 de octubre de 2024 tras votar contra el embargo a Cuba en la ONU -un guiño histórico argentino consultado con Karina Milei y Santiago Caputo, según el protocolo de Cancillería que exige revisiones jerárquicas-, había clavado la OCDE como estandarte. Ese ingreso, heredado de Macri y impulsado con denuedo desde París, demandaba elevar estándares de propiedad intelectual, un misil directo a la industria farmacéutica local que sobrevive copiando medicamentos sin regalías. Fuentes en la sastrería lo clavaron sin anestesia: “Mondino pisó callos poderosos al avanzar en eso; Cuba fue la excusa, su salida fue resultado del lobby que se movió en las sombras”.

Los audios de Diego Spagnuolo, ex titular de ANDIS, enredan el ovillo. Grabado entre agosto y octubre de 2024, detalla un supuesto esquema de coimas en compras de medicamentos, con Suizo Argentina -vinculada a Martín Menem-canalizando 30 mil millones de pesos hacia la Presidencia, salpicando a Karina Milei y Eduardo “Lule” Menem. Como parte de una investigación judicial en curso ante el fiscal Franco Picardi, no son sentencia, pero pintan a Mondino chocando con un avispero económico que la dejó expuesta. Su salida, seguida por la jura de Werthein el 4 de noviembre de 2024 en el Salón Blanco-sobre la Torá, con Milei citando “Lej Lejá” y el ministro israelí Israel Katz tuiteando su emoción-, selló un giro que huele a relevo calculado.

EL SERVICIO EXTERIOR: DE MERITOCRACIA A FEUDO IDEOLÓGICO

El Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), parido en 1963 y pulido en 1975 como carrera de élite, es un baluarte civil: siete rangos escalonados -de Secretario de Tercera a Embajador-, forjados en concursos infernales de siete exámenes que miden desde tratados hasta idiomas con bisturí. Prioriza mérito, no militancia. Pero el kirchnerismo (2003-2015, 2019-2023) lo convirtió en un circo ideológico: embajadas premium para “funcionarios militantes”, Junta Calificadora -cinco embajadores que deciden ascensos- atestada de leales (4 de los 5) que vetaban independientes. Macri tanteó una purga en 2015, pero Alberto Fernández la volteó en 2019 con reubicaciones y sumarios que olían a revancha. Milei heredó un Servicio Exterior de la Nación huérfano de libertarios, y tras Mondino, las reubicaciones y sumarios inclinaron la balanza hacia perfiles K o neutrales “útiles” -esos camaleones que cambian de piel sin pestañear.

LA ERA MILEI: PURGA FALLIDA Y RESTAURACIÓN KIRCHNERISTA

Milei juró cortar la “casta” como quien poda un jardin salvaje, pero su tijera fue selectiva: cortó lo visible, dejó lo arraigado. Hoy, la vicecancillería yace vacante e intervenida por interinos; la Junta Calificadora, con mayoría K, filtra ascensos; el ISEN pospuso el ingreso de 2024 a 2025, privilegiando kirchneristas en la formación. Decretos y actas que revisé sugieren una estrategia orquestada por Werthein, un relevo que no rompe, sino que remienda.

ROSTROS DEL CONTROL: ASCENSOS Y CARGOS BAJO ESCRUTINIO

El meollo de esta metamorfosis callada late en los rostros que hoy pueblan los pasillos del SEN, un cuerpo que debería ser meritocracia pura pero que Werthein ha esculpido con cincel político. Los ascensos de 2024-2025 propuestos al Senado, diseccionados vía testimonios internos, pintan un fresco donde el kirchnerismo resucita, a veces disfrazado de neutralidad, otras con la descarada adaptación de supervivientes.

Un actor clave en esta Cancillería filo k en plena era Milei es el inefable Luis María Kreckler, responsable de algunas propuestas controvertidas de ascensos -para eso colocó alfiles propios en la Junta Calificadora que le aseguran su control-, y quien está atrás de muchos traslados en la licitación que cerró hace unos días y que promete ser escandalosa. ¿Quién es Luis María Kreckler? Es sociólogo de la UBA y egresado del ISEn, un péndulo de décadas que oscila entre lealtades y supervivencias. Embajador en Brasil (2012-2015), donde rindió credenciales a Dilma Rousseff; en China (2020-2021), coordinando vacunas pandémicas hasta su cese por Felipe Solá; en Alemania (2016-2017), donde un traslado a Suiza -decreto 896/2017- fue forzado por la “presión controvertida” de Guillermo Dietrich, ministro de Transporte de Macri. Dietrich, ajeno a Cancillería, lo sacó para poner a Edgardo Malaroda, cuyo escándalo por contrataciones irregulares explotó en 2019. Bajo Macri, Kreckler piloteó “Provincia 25”, orquestando escraches contra visitas oficiales -Zurich 2019 en la FIFA, Barcelona 2018 por Palestina. Hoy, viceministro económico bajo Werthein con salario en dólares, arrastra un “mini-gabinete K” de ex de Cristina, un rescate que huele a pacto. Con 71 años, jubilado ya pero convocado al servicio activo en 2024, Luis María Kreckler está a la espera del beneplácito del Palacio de Buckingham para ser el nuevo embajador en el Reino Unido. Todo se trata de seguir cobrando en divisas tras casi 14 años ininterrumpidos en el exterior.

A esta galería se suma un espejismo perturbador: ex militantes “pañuelo verde”, que enarbolaban la causa del aborto con fervor kirchnerista, ahora rezan por La Libertad Avanza con la misma fe ciega. Conversión pragmática, no epifanía: supervivencia en un SEN donde el color del pañuelo ya no importa, solo el nudo que aprieta. “Werthein salvó a la casta K”, soltó un diplomático en la reunión, con resignación y sarcasmo que reverberan en los pasillos como un eco peronista.

EL CAMINO POR DELANTE

Al cerrar esta investigación, lancé a mis fuentes una pregunta que no admite eufemismos ni rodeos: “¿Cómo frenar esta deriva que amenaza con desdibujar la esencia del Servicio Exterior argentino?”. La respuesta llegó con una urgencia casi palpable, un grito contenido que resonó en el silencio de la sastrería: “Exponiendo la verdad para detenerlo. Al menos 16 ex kirchneristas en los ascensos futuros podrían consolidar su influencia de manera irreversible si no se actúa con decisión; tomar el control de la vicecancillería y suspender las promociones de 2024 a 2026 en favor de perfiles libertarios es esencial para revertir el curso”. Esos 16 nombres no son un dato oficial grabado en piedra; emergen como una alarma interna, un cálculo aproximado de quienes, desde los pasillos del Palacio San Martín, observan con preocupación cómo el SEN se desliza por la pendiente resbaladisa de la politización. Cada despacho, cada oficina, cada ascenso pendiente se convierte en un campo de batalla silencioso: la meritocracia cedida a favor de lealtades políticas, la tradición de selección basada en capacidad reemplazada por criterios de conveniencia, y una democracia interna en la designación de cargos que pende de un hilo. Según estimaciones internas recopiladas de documentos no públicos, esta cifra podría corresponder a un porcentaje significativo de los aproximadamente 50 ascensos proyectados para el período, aunque la opacidad oficial impide una verificación exacta.

La diplomacia argentina está hoy en un cruce de caminos crítico, un punto de inflexión que definirá su rostro en las próximas décadas. Por un lado, se abre la posibilidad de retomar una institucionalidad basada en el mérito, donde la competencia y el esfuerzo determinen quién representa al país en los escenarios globales. Por otro, acecha el riesgo más silencioso y letal: que embajadas estratégicas como la de Pekin -donde se negocian inversiones millonarias por miles de millones de dólares en infraestructura y comercio bilateral- o Washington-donde se delinean políticas comerciales y acuerdos de seguridad que afectan la economía nacional- se transformen en extensiones de pactos privados. En ese escenario, los intereses de laboratorios farmacéuticos, holdings como el de Werthein y agendas económicas opacas podrían imponer prioridades por encima de la soberanía nacional, dictando desde las sombras las líneas de la política exterior.

No se trata solo de una cuestión de ascensos ni de cargos vacantes. Se trata del futuro de la promesa de cambio que Javier Milei juró encarnar ante millones de argentinos en 2023. ¿Resistirá las presiones internas de su propio gabinete, donde figuras como Werthein parecen haber encontrado un equilibrio entre los ideales libertarios y las conveniencias heredadas? ¿sucumbirá a las sombras que prometió desterrar, dejando que la “casta” que denunció se reencarne bajo una nueva máscara? Cada decisión, cada nombramiento, cada oficina controlada es una prueba de fuego. El reloj de las negociaciones internacionales no se detiene: mientras China presiona por acuerdos energéticos y Estados Unidos evalúa sanciones comerciales, el destino de la Cancilleria pende de un hilo. La historia avanza, con o sin aplausos, y el desenlace dependerá de si la voluntad de cambio prevalece sobre los intereses que acechan en los pasillos del poder.