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Entre el dragón y el águila: la incertidumbre de la comunidad china en Argentina

ONCE AL MEDIODÍA: UN TORBELLINO DE COMERCIO

Caminar por Once al mediodía es meterse en un torbellino de comercio bajo un sol que brilla en tiras LED de colores, fundas para celulares con cristales que destellan y carteras de Shein apiladas como sueños al alcance. En un local lleno de cargadores inalámbricos, vapers de sabores raros y kits de manicura LED, Li Wei, fujianés de 52 años con mirada endurecida por décadas de envíos descargados, ordena cajas con precisión milimétrica. “Llegué en el ’98, cuando el dólar era una guía y Argentina, un refugio. ¿Qué será de nosotros si nos obligan a elegir bando?”, dice con voz serena. No habla de rumores barriales -esas quejas sobre “precios chinos” que la Defensoría de la Ciudad registra como esporádicas-, sino de un miedo más profundo: uno que nace en Washington y Pekín, donde los gigantes se miden a golpes de aranceles y estrategias, y cuyos ecos retumban hasta este rincón del Once.

UNA COMUNIDAD DIVERSA Y NUMEROSA

La comunidad china en Argentina es un mosaico, no un bloque monolítico. El Censo 2022 del INDEC registró 18.629 nacidos en China, pero las cifras del RENAPER y las estimaciones que incluyen descendientes ubican el rango real entre 120.000 y 200.000 personas. Desde los primeros cantoneses que se instalaron en La Boca a fines del siglo XIX, hasta los fujianeses que arribaron en los años ’90, tejieron redes comerciales en Once, epicentro de las importaciones, donde se venden lámparas flexibles, auriculares que aíslan la crisis y ropa barata como un viaje en colectivo.

Mei Ling, 45 años, detrás del mostrador de su local en Corrientes y Pueyrredón, resume esa mezcla de arraigo y desconfianza: “Traemos lo que el barrio pide: cosas nuevas, sin esperar un mes por Temu. Mis hijos hablan lunfardo, son argentinos como cualquiera, pero en la escuela todavía les preguntan si ‘los chinos van a comprar el país’. No es odio todavía; es desconfianza.”

LA VOZ DE UNA REFERENTE JOVEN

Carolina Wang, fujianesa-argentina de 45 años y referente de la comunidad china, ha convertido esa tensión en causa y mensaje. “Como china-argentina que ha vivido en este país desde mis 14 años o sea casi toda mi vida, Argentina no es un tránsito: es mi hogar. Mis hijos nacieron acá, fueron al jardín, a la primaria, al secundario, y algún día estudiarán y trabajarán acá. Cada uno de nosotros ama este país y quiere verlo prosperar. No venimos a competir con los argentinos: somos argentinos.”

Wang se mueve entre asociaciones culturales y cámaras de comercio, y su diagnóstico es certero: el problema no está en Once, sino en la política exterior. “China es uno de los socios comerciales más importantes de Argentina. Nuestras economías se complementan: ellos necesitan nuestros cultivos y carnes; nosotros necesitamos su tecnología, su mercado y su infraestructura madura. Lo que China trae no es colonialismo ni coerción económica, ni influencias políticas. Lo que ofrece es cooperación sincera, transferencia tecnológica y la promesa de un futuro compartido.”

“Ignorar los planes a largo plazo por ganancias inmediatas es, como decimos los chinos, beber veneno para saciar la sed. Algunos dirigentes aún no lo entienden. La miopía política puede costarnos décadas de desarrollo.” Sus palabras destilan una serenidad oriental y una claridad práctica que en el caos argentino suena revolucionaria: pensar en el largo plazo.

LA TORMENTA GLOBAL QUE LLEGA A ONCE

Esa desconfianza no nace en las veredas del barrio -los estudios académicos publicados en SciELO lo confirman-, sino en una tormenta global. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, que estalló nuevamente en 2025 con el regreso de Donald Trump, elevó aranceles y desató una escalada que golpea directo a los importadores argentinos. China respondió a los impuestos estadounidenses del 34% con otro 34% sobre soja y gas. En octubre, Washington subió las tasas hasta el 100%, con picos del 130% en productos clave. En 2024, Estados Unidos exportó a China 27 millones de toneladas de soja. En 2025, apenas 590.000 entre enero y julio. Argentina podría capitalizar esa grieta: con US$5,98 mil millones exportados a China en 2024 -el 9% del total nacional-, el potencial es enorme. Pero un aluvión de productos chinos amenaza a las fábricas locales.

Mei Ling, calculando costos entre el olor a plástico nuevo y el zumbido del ventilador, lo resume con pragmatismo: “Shanghái subió los fletes un 20%. Si esto sigue, ¿quién paga? ¿Nos verán como el problema?”

MILEI Y EL JUEGO DE PODERES

En este tablero global, el presidente Javier Milei parece más un peón que un jugador. El 14 de octubre, en el Salón Oval, firmó con Donald Trump un acuerdo por US$20 mil millones, acceso preferencial para carnes y litio, y un mensaje velado: elegir Washington por sobre Pekín. Según la economista Catherine Bessent en Fox News, el pacto fue “una apuesta geopolítica arriesgada que puede dejar a Argentina sin margen ante China”. Trump fue directo: “Si Milei gana, lo banco; si no, que se arregle.” Sturzenegger lo llamó “apertura”, pero en la Casa Rosada la palabra que circula es “alineamiento”, con los mercados temblando: el Merval cayó 9% y el riesgo país rozó los 900 puntos.

VOCES DE ONCE: ENTRE LA RESISTENCIA Y LA INCERTIDUMBRE

En un café de Pueyrredón, con celulares vibrando por alertas de fletes, Carlos Lin, contador de 38 años, hace números y política con la misma calma que toma su té verde: “Somos argentinos con raíces en Fujian. Si cortamos con China, ¿quién ilumina Once? ¿Quién compra nuestra soja? Si el gobierno juega a pelear por banderas ajenas, los que perdemos somos nosotros.”

Lin coordina junto al Sindicato de Comercio talleres de capacitación laboral. En 2024 formaron a 150 trabajadores locales para formalizar empleos bajo la Ley 27.742. Es su forma de demostrar pertenencia: “Estamos para construir, no para dividir.”

TENSIONES INTERNACIONALES Y DILEMAS LOCALES

Argentina no exhibe un rechazo fuerte hacia la comunidad china -a diferencia de Australia, que perdió US$20 mil millones en 2020 por tensiones diplomáticas-, pero los discursos en redes que acusan a los importadores de “inundar el mercado” comienzan a sembrar dudas.

Pekín, a diferencia de Washington, no impone condiciones ideológicas. El Convenio de 2014 y la adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta financiaron represas, trenes y proyectos de litio sin exigir alineamientos políticos. El swap de CNY 35 mil millones (unos US$5 mil millones) vigente hasta 2026 sostuvo las reservas del BCRA sin ataduras. Estados Unidos, en cambio, condiciona: exige lealtad, un “elige bando” que contradice la autonomía que Argentina dice defender.

ENTRE PROVERBIOS Y DECISIONES

Bajo el sol de Once, entre carteles en mandarín y promociones en español, un proverbio chino resuena con ironía argentina: “Matar la gallina para obtener los huevos.” Apostar ciegamente por Washington puede romper el puente con China, un vínculo comercial que no pide sumisión, solo continuidad. ¿Podrá Argentina unir ambos mundos sin pagar el costo de una guerra ajena?

Li Wei, bajo una lámpara LED que parpadea, suelta la pregunta con un suspiro que no necesita traducción: “¿Y si nos empiezan a ver como intrusos?”

Mei Ling, sellando una caja, comparte un mate con un cliente y sentencia con la naturalidad de quien ya eligió su identidad: “No queremos ser peones; queremos ser parte de esta tierra, con mate y todo.”

Y Carolina Wang, antes de cerrar su cuaderno de notas, deja la frase final que nos interpela a todos: “Debemos alinear estrategias de desarrollo, modernizar las estructuras comerciales y cooperar en nuevas energías, innovación digital y educación técnica. Cuando la comunidad china prospera en Argentina, gana la economía, gana el país y, sobre todo, gana la gente. Porque un hogar -el nuestro-se cuida construyéndolo juntos.”