Ricardo Arjona siempre fue un contador de historias, durante más de tres décadas, sus canciones combinaron ironía, crítica social y amor en todas sus formas.
Sin embargo, el artista guatemalteco parece haber entrado en una nueva etapa creativa, más íntima, más desnuda y más poderosa.
En sus últimos discos, Blanco y Negro, grabados entre Londres y Antigua Guatemala, el músico se alejó de los artificios sonoros para buscar algo más profundo: la verdad emocional detrás de cada verso.
En esta nueva etapa, Arjona deja a un lado la orquesta pop y los arreglos grandilocuentes que caracterizaron sus éxitos de los 2000, como “Dime que no” o “Te conozco”. En su lugar, aparecen guitarras suaves, percusiones mínimas y un registro vocal que prioriza la cercanía sobre el espectáculo.
El resultado es una atmósfera cálida y contemplativa. Temas como “Morir por vivir” o “El Amor Que Me Tenía” muestran a un Arjona más terrenal, capaz de escribir sobre la vejez, la pérdida o el paso del tiempo con una madurez que conmueve.
El proceso creativo de Blanco y Negro nació en dos espacios opuestos, pero simbólicamente complementarios.
En Londres, en los míticos estudios Abbey Road, Arjona grabó las canciones con una banda en vivo, priorizando la espontaneidad por sobre la perfección técnica. En Antigua, su ciudad natal, montó un estudio artesanal que funcionó como refugio y laboratorio musical.
Lejos de los rankings de tendencias, el cantautor consolidó una comunidad que sigue agotando entradas en cada gira y reproduciendo sus temas por millones en plataformas digitales.
A sus 61 años, Arjona vive entre México y Guatemala, y dedica gran parte de su tiempo a escribir y a producir nuevos talentos.






