Buenos Aires, 2 diciembre (NA) — La pregunta sobre si Lionel Messi jugará su último Mundial en 2026 aparece cada vez que el capitán argentino ofrece una pista, un matiz o una reflexión sobre su futuro.
Y es lógico: se trata del futbolista que redefinió la historia de la Selección argentina, del jugador que cambió las expectativas de un país entero y del único capaz de generar debate incluso cuando prefiere la cautela.
Hay un punto central en su discurso reciente: él quiere jugar, pero no a cualquier precio. Lo condiciona su estado físico, su competitividad y, sobre todo, una idea que repite con sinceridad desarmante: no quiere ser una carga, según se informó con anterioridad en Agencia Noticias Argentinas.
Nadie podría imaginar a Messi como un estorbo dentro de un equipo, pero su propio estándar de exigencia lo obliga a pensarlo en términos que escapan a la emoción colectiva.
Messi no quiere participar del Mundial por nostalgia. Quiere hacerlo con peso real, con influencia en el juego y con la certeza de que está al nivel de una Copa del Mundo.
El Mundial 2026, por calendario y lógica, es un desafío que roza lo improbable. Messi llegará con 38 años, compitiendo en una liga que no siempre ofrece el ritmo ideal para un torneo de élite como lo es la MLS.
Pero también es cierto que su forma de jugar ya no depende de la velocidad máxima sino de la inteligencia, de la lectura, de la pausa que define un partido. Si algo demostró es que puede seguir siendo determinante aun con un físico distinto al de sus primeros años.
La Copa América 2024 fue un ejemplo claro: estuvo lejos de su versión más dominante, pero aun así fue imprescindible.
La incertidumbre sobre su presencia en el Mundial también habla de otra dimensión: Messi ya no necesita demostrar nada. No hay deuda pendiente. Ganó lo que debía ganar y más.
Su legado no depende de llegar o no a 2026. Sin embargo, para él, la decisión no pasa por el legado sino por la sensación íntima de estar en condiciones de competir. Su carrera, incluso en la etapa final, nunca se administró desde el recuerdo. Siempre fue un camino hacia adelante.
El debate se vuelve entonces emocional. Los hinchas quieren verlo una vez más en la gran cita. Lo quieren como bandera, como símbolo, como presencia capaz de modificar la confianza del equipo.
Pero Messi no se mueve por ese deseo colectivo. Responde a otro código: el de la honestidad deportiva. Si llega, será porque siente que puede seguir marcando diferencias. Si no, será porque entiende que su tiempo en los Mundiales se cerró de la forma más perfecta posible: levantando la Copa en 2022.
¿Será este el último Mundial de Messi? Probablemente sí. Las probabilidades, la edad y el desgaste apuntan en esa dirección. Pero también es cierto que Messi desafía lo probable desde hace veinte años. Si algo aprendimos es que sus decisiones no se pueden anticipar. Dependerá de su cuerpo, de su cabeza y de su deseo.
Lo que queda claro es que, juegue o no, la pregunta seguirá girando alrededor de él durante años. Messi es una figura irrepetible y, como tal, cualquier final se vive con la sensación de que todavía puede quedar algo más.
Y tal vez esa duda, esa posibilidad abierta, sea su último truco: mantener viva la expectativa incluso cuando el tiempo marca que estamos ante las últimas páginas de una historia única.
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