La casta está más viva que nunca. El cierre de listas de esta semana mostró el esplendor de la rosca política que, se suponía, el mileísmo venía a desterrar. Es curioso lo que pasa en las filas del oficialismo, ya que venían con un discurso crítico con la mala política —a la que llamaban casta— y hoy son la fuerza donde todos los peronistas, vendedores de terrenos en la Luna, se reciclan y pueden seguir teniendo cargos y protagonismo en LLA mientras gritan “¡Viva la libertad, carajo!”.
Es todo tan casta que una empresa ligada a los Menem, y que tuvo a Martín Menem como accionista, ganó una licitación estatal millonaria. El vocero Adorni fue consultado por esa licitación y echó la culpa a los medios, pero la licitación ya la ganaron los Menem, mostrando, una vez más, que el capitalismo de amigos es imbatible en la Argentina.
La alianza LLA y PRO en provincia mostró, una vez más, la versatilidad de Ritondo y Santilli, que se pusieron bajo las órdenes de la hermana Karina, mostrando que en la política argentina siempre se puede caer más bajo. La señora, cuyo único mérito es ser hermana del presidente, les da órdenes y les veta gente a los representantes de un partido aliado, que, por seguir adentro de la rosca, se dejan humillar por la ex tarotista.
Es todo penoso, y solo se salvaron algunos intendentes del PRO que se bajaron porque entendieron que la humillación era excesiva. El peronismo logró una lista de unidad porque necesitan que la rueda de delincuencia política no pare nunca: Kicillof, La Cámpora y Massa tratando de conservar los negocios.
Todo es espantoso en las fuerzas grandes de la política.
Es difícil de entender que una fuerza política que se presentó fundacionalmente como anti casta esté cooptada por algunos de los peores exponentes de la política. En Salta, un concejal de LLA llamado Pablo Emanuel López le descontaba dinero de su salario a una empleada y le ofrecía que recupere el dinero descontado haciéndole sexo oral. Los que venían a cambiar la política han hecho un partido de gobierno con la peor gente de la Argentina.
Mientras se da todo este espectáculo penoso, que confirma, una vez más, que —salvo contadas excepciones— la política argentina es el lugar de los peores recursos humanos, el capitalismo de amigos, el lumpenaje y los delincuentes reconvertidos son las características fundantes de las instituciones argentinas.
Argentina necesita líderes modernos y democráticos. El gran problema es que la gente moderna y democrática está fuera de la política, y cuando aparece un liderazgo rupturista, termina siendo peronismo reciclado. En términos históricos, Milei tiene características que, a lo largo de la humanidad, han aparecido siempre. Por supuesto, Milei tiene orígenes democráticos, pero sus características personales son similares a muchas otras figuras.
Llegó al poder con una narrativa rupturista, casi apocalíptica: el país estaba en ruinas, la “casta” lo había destruido, y él —y solo él— venía a poner orden. Nerón, a su manera, también se consideraba el salvador de Roma: un artista incomprendido, un genio mal amado por las estructuras tradicionales. Ambos líderes se construyeron a sí mismos desde un relato individualista, mesiánico y profundamente desconfiado de toda institución que no les rindiera pleitesía. La historia está llena de estas similitudes psicológicas.
Como escribió George Orwell: “La libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír.” Y, en ese sentido, en la Argentina actual, ejercer esa libertad parece ser motivo suficiente para convertirse en blanco del poder.
Milei tiene que entender que, muchas veces, la crítica ayuda a encontrar el mejor camino, y que los que solo repiten loas al líder son los que huirán cuando los malos tiempos lleguen (siempre llegan los malos tiempos en política).